
EN LA TUMBA DEL PADRE, SOLO UNA FLOR AMARILLA…
Por Camilo Diez.
La bóveda del Cementerio de Chivilcoy, en cuyo interior descansan los restos de Juan Duarte, el padre de "Evita", amaneció este martes 7 de mayo, con una flor amarilla depositada en la antigua puerta de acceso a la tumba (foto).
Sólo una flor. Alguien, anónimamente, la dejó en el lugar, como forma de tributo a la memoria del hombre que, hace 100 años, junto a Juana Ibarguren, trajo al mundo a la mujer que contribuiría a moldear la historia política del país, con ojos femeninos.
La vieja bóveda del padre de Evita, ubicada a pocos metros de la entrada principal del cementerio local, está casi abandonada.
Desde hace años, solo ingresan a ella algunas palomas que, aprovechando la rotura del vidrio de un ventiluz, se cobijan en su interior, buscando reparo en el silencio de la olvidada morada de un hombre que, nunca fue merecidamente reconocido por la comunidad chivilcoyana, como protagonista de una parte trascendental de la historia.
Es que Chivilcoy, no obstante ser una importante ciudad -por sus dimensiones y desarrollo- aún mantiene costumbres de antaño, que no le permiten avanzar hacia un pensamiento amplio sobre los hechos del pasado.
A cien años del nacimiento de Evita, en muchos sectores de esta comunidad, se continúa debatiendo y prejuzgando la vida privada de nuestro vecino, Juan Duarte, por el simple hecho de que el padre de Evita, mantenía dos familias: una legítima en Chivilcoy, con su esposa legal Estela Grisolía y otra ilegítima, en Los Toldos, con Juana Ibarguren. Se trataba de una costumbre generalizada de aquella época, en el campo, para los hombres de clase alta.
Buena parte de la ciudad de Chivilcoy, dirigentes políticos, gremiales, militantes y no pocos vecinos, ofenden con su silencio y negación la memoria del padre de Eva Duarte.
No saben comprender que, sin él, ella jamás hubiese existido.
Juan Duarte merece -porque lo tiene ganado- un acto de desagravio de parte de la comunidad de Chivilcoy.
Hay que reparar la ofensa, para que ese capítulo de la historia local se escriba como corresponde, por lo que representa y significa, y para demostrarnos a nosotros mismos que, como comunidad, hemos aprendido a crecer, mirando las cosas del ayer con la perspectiva del presente, dándole a los acontecimientos la dimensión histórica que merecen.
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