"TOCALE LA MANO A PASCUALITO, EL TE VA A AYUDAR"

"TOCALE LA MANO A PASCUALITO, EL TE VA A AYUDAR"

Aún hoy, en el Cementerio de Chivilcoy, en el monumento a Pascual Aulisio, "Pascualito" (foto), que domina el frente de la bóveda que guarda sus restos, se escucha una frase que se ha extendido a través de 60 años: "Tocale la mano a Pascualito; el te va a ayudar".
El dicho popular va de boca en boca y hasta quienes desconocen al personaje en cuestión, la repiten y lo hacen realidad.
Basta con detenerse unos instantes y observar que el ritual se cumple casi religiosamente.
Algunos lo hacen con fervor; otros disimulando, pero lo hacen.
El curandero milagroso mas popular que tuvo Chivilcoy murió el 27 de enero de 1960; su fama no se apagó.
"Nunca faltan flores y oraciones frente a la tumba de Pascualito; claros testimonios de una devoción duradera, que sigue viva y palpitante, en el corazón popular", recuerda el historiador local Carlos Armando Costanzo.
¿Pero, quién fue realmente Pascualito?
¿Cuál es su historia?
Así la narra Fabián Claudio Flores en la publicación literaria "Polvo":
Los relatos narran que entre decenas de "elegidos" en el linaje de la Madre María aparece la figura de este italiano migrado a Chivilcoy, al finalizar la década de 1910.
Afectado por una enfermedad, fue a consultar a la Madre María, y en ese encuentro se produjo su consagración un sábado de agosto de 1919 cuando la "Dama del manto negro" lo designó como uno de sus "apóstoles".
Casi un año más tarde, la mismísima Madre María lo visitaría en Chivilcoy para formalizar el padrinazgo, pasando casi desapercibida en una ciudad que tildaba a estas prácticas como pura superstición.
Sin embargo, la fama y popularidad de "Pascualito" comenzó a crecer y las consultas llegaban a diario.
La década de 1920 encontró a Chivilcoy con muchos "curadores" pero un solo "curandero", al menos con la legitimidad social que demanda la categoría.
Afincado en su casa de la calle Dorrego al 291, en el actual barrio de "la Mitre" supo montar su logística, donde llevaba a cabo las prácticas curanderiles, reuniones de espiritualidad, encuentros y conferencias atravesadas por una matriz cristiana, con tintes de religiosidad popular y elementos más heterodoxos.
Con los grandes cuadros de sus mentores Pancho y María, amplios bancos de color celeste y un espacio para el culto, la casona recibía diariamente mucha gente, y en mayor cantidad los domingos.
Relata uno de sus seguidores: "Me acuerdo de niño, que mis viejos me llevaron con ellos a verlo. Él caminaba entre nosotros mientras charlaban y tenía la práctica de pasarte la mano por la cabeza y los hombros susurrando: 'Dios y la Madre María'. De su casa me quedó la impresión de sus ladrillos rojos al descubierto, con poca iluminación y fría".
La eficacia simbólica de sus intervenciones le propinó una fama conocida regionalmente y, hasta su muerte en 1960 desarrolló esta actividad en la periférica casona de "la Dorrego", luego demolida.
Tildado de "manosanta", "pastor", "predicador", "evangelista" y otras representaciones, Aulisio supo mediar entre la sanción social de llevar a cabo una práctica heterodoxa y el reconocimiento de su trabajo "solidario" y "desinteresado". El linaje lo siguió su hijo Ángel Aulisio pero por apenas una década y media más.
Tanto Pancho Sierra, como la Madre María y Pascualito Aulisio se movieron en mundos signados por matrices católicas dominantes, teniendo que negociar sus prácticas dentro del universo esotérico.
Los tres fueron inmortalizados en monumentos dentro de los respectivos cementerios de Salto, Chacarita y Chivilcoy.
Estos sitios se han transformado en espacialidades sacralizadas con rituales e identidades fuertemente condensadas.
Sólo basta detenerse en la estatua emplazada en su bóveda familiar y leer: "Paladín de la Verdad y Poeta del Divino Verbo de Jesús".
Aún, algunos de sus seguidores pasan por el cementerio a repetir el ritual que escucharon en aquellos tiempos: "Tocale la mano a Pascualito… él te va a ayudar".

Fotografía: Fuente "Polvo"

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