Emocionado, con la voz entrecortada, con alguna lágrima contenida, recurriendo insistentemente al vaso de agua para tratar de superar un estado de ánimo vulnerable, por tantas sensaciones encontradas.
El hombre rudo, de carácter fuerte -fiel a su formación profesional- estricto en sus decisiones, no pudo contener sus sentimientos y se dejó llevar.
La emoción, esa dulce presencia femenina, que suele instalarse sin aviso previo, lo doblegó a su antojo.
Lo llevó a su territorio, lo despojó de esa aparente característica de dureza institucional y él se entregó mansamente.
Guillermo Britos, el intendente de Chivilcoy, estaba invadido por sentimientos muy intensos en la ceremonia de jura de sus nuevos funcionarios, en el Museo Pompeo Boggio, porque había una presencia especial, muy allegada y eso hacía que el acto no fuese igual a otros.
Como en una película, donde la sucesión de imágenes suele ser arrolladora, en su cabeza pasaban hechos, recuerdos, momentos, situaciones, vivencias, adversidades, alegrías.
Nombrar a su esposa, Marcela Sabella, anunciándola como la nueva Jefa de Gabinete, lo desbordó.
La voz le flaqueó, los ojos se humedecieron y sus manos se movieron nerviosas sobre la mesa que servía de apoyo.
Entonces, ambos, se abrazaron (foto) como conteniéndose uno al otro y en ese gesto público dejaron que hablen sus cuerpos como una forma de lenguaje excepcional, donde dos corazones quedan unidos y ellos refugiados, a salvo de miedos y preocupaciones.
Allí estaba el hombre, el verdadero, el auténtico Guillermo Britos; el que se emociona, llora, siente.
Dice un viejo proverbio árabe: "Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación".
La mirada del intendente transmitía emoción y fue muy fácil comprenderla. Dejó salir lo más genuino de su interior.
Tal vez por eso, su explicación de lo que se hizo y lo que queda por hacer, también, fue por todos comprendida.